
Bajando por Agua Santa, luego de superar el edificio del pasaje Diego Portales, un murallón de 20 pisos por una cuadra de largo que bloqueó el panorama de la bajada, se abre la vista del cerro Castillo con la magnífica serie de casas de la calle Vista Hermosa. Pero no hay que alegrarse mucho: un gran cartel se ha instalado sobre un poste gigante para sobreponerse a la vista del cerro.
Cables y más cables, carteles y más carteles. En cada espacio con “visibilidad” aparece un cartel. Y la guinda de la torta: las campañas políticas, que aunque la ley les entrega un mes para el despliegue de la propaganda, en la práctica tenemos medio año de más contaminación visual.
Los efectos más discutidos de la contaminación visual se refieren a la distracción de los conductores y al ocultamiento de las señales del tránsito. Sin embargo, tenemos también el efecto de pérdida del panorama o vistas, que algunos señalan como una de las causas de stress y otros trastornos.Las alternativas son o nos convencemos que no hay que andar buscando la belleza en la ciudad y que los carteles o cables son de lo más normal, o, todo lo contrario, revaloramos todos el paisaje urbano e instalamos el tema de la contaminación visual como problema de ciudad, exigiendo soterramiento de cables, inclusión de la protección de panoramas en el Plan Regulador, una política coherente para autorizar la propaganda y control efectivo sobre el abuso con los carteles.


